La difícil paradoja de criticar sin destruir, por Gonzalo de Martorell

En el periodismo, como en la vida, para que haya “seny” tiene que haber también “rauxa”. Va muy ligado al carácter catalán e incluso me atrevería a decir que todavía más al perico. En esta tierra y en este club somos así; tan pactistas como almogávares. Tan melifluos para unas cosas como peleones para otras.

Y esta dualidad, como digo tan nuestra, no es ajena tampoco al mundo de la comunicación perica. O el “seny” de la preocupada reflexión sobre la realidad tal y cómo es y no cómo nos gustaría que fuera o la “rauxa” de llamar a tomar por asalto las plantas nobles del club. Y no voy a ocultar que también he estado tentado en ocasiones de agarrar una antorcha y subir a los despachos del RCDE Stadium a prenderle fuego a todo.

Pero si algo bueno tiene la edad -y servidor ya sesentea- es que te ayuda a contar hasta 25.000 antes de preguntarte si los mensajes apocalípticos que tanto abundan estos días en el entorno españolista sirven para algo más que para crispar todavía más al personal.

Que la gestión de Chen está siendo a día de hoy un desastre superlativo resulta incuestionable. El problema, tal y como yo lo veo, es que las andanadas que se lanzan para intentar alcanzar la línea de flotación de la propiedad, en realidad impactan contra el casco del club como institución. Y la coraza de prestigio del RCDE -después de tantos torpedos provenientes de los medios nacionalbarcelonistas, de los políticos nacionalistas, de los estamentos futbolísticos, de los nefastos arbitrajes e incluso alguno de fuego supuestamente amigo- está cada vez más débil.

Comenzar a gritar en medio de la tempestad que el capitán es un incompetente, que el barco tiene el motor averiado y que no hay suficientes salvavidas para todos es una imprudencia… incluso en el supuesto de que todas esas cosas sean ciertas.

En tal situación solamente pueden darse dos resultados posibles; provocar el pánico general y que haya pasajeros que decidan saltar por la borda en el peor momento o que se organice un motín para intentar entrar por las bravas en el puente de mando. Y no dudo que dicha idea le parecerá atractiva a muchos pericos agotados y enfadados -incluso a mí me lo ha parecido en alguno de esos momentos de calentón ¿por qué no admitirlo?- pero pasado el momento de la euforia y los cuchillos en alto la realidad nos volverá a recordar que en este navío el timón sólo se toma comprándolo y no parece que ahora mismo haya ni quien este dispuesto a comprarlo ni Chen a venderlo.

Llegados a este punto soy consciente de que se me puede reprochar una postura excesivamente conformista pero en absoluto estoy animando a limitarse a mirar por la borda mientras se masca la tragedia ni a convertirse en otro violinista del Titanic que toca bonitas melodías mientras el agua está cada vez más cerca. Se trata simplemente de criticar y poner en valor o desvalor la gestión de la actual propiedad desde el realismo y la perspectiva histórica de dónde venimos tratando de no perjudicar demasiado la imagen del club en el intento.

El RCDE está inmerso en una tormenta perfecta de desinversión y continuas malas decisiones deportivas en la que unos pocos nos han metido -eso nadie lo cuestiona- pero de la que solamente podremos salir si TODOS arrimamos el hombro. Basta con no animar a nadie a saltar por la borda ni provocar un pánico del que sólo sacarían provecho aquellos que siempre han querido ver hundido al Espanyol.

Cuando lleguemos al puerto de la permanencia ya diremos lo que tengamos que decirle a un capitán que, nos guste o no, sigue siendo dueño del barco. Y conviene de vez en cuando recordar que esto es así porque antes tuvimos otro capitán muy perico y muy simpático que dejó un agujero de seis ceros en la caja de la naviera y que prefirió arrojarse en brazos de un desconocido empresario chino que pagaba mejor sus acciones.