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jueves, noviembre 14, 2024
InicioOPINIÓNCasi una hectárea de disidencia, por Martin Miralles

Casi una hectárea de disidencia, por Martin Miralles

Tiene Tolstoi un delicioso cuento titulado ¿Cuánta tierra necesita un hombre? El protagonista es tentado por el Diablo, quien le consigue tantas tierras que acaba falleciendo en el intento por recorrerlas. Es una historia con moraleja sobre la capacidad devoradora de la codicia, la ambición y la soberbia…

Las dimensiones del terreno de juego del RCDE Stadium son 105 metros de largo por 68 de ancho. Esto hace 7.140 m2 o lo que es lo mismo, 0,7 hectáreas. Así es. Existe en Catalunya casi una hectárea que se resiste al pensamiento único. Un terreno donde se siembra la disidencia, el orgullo, la audacia y el coraje, en bancales separados por líneas de cal. Ahí encontramos refugio los pericos, a veces para subir entonando alegres canciones al monte de la victoria, a veces para explorar el umbral de infiernos dantescos. Es nuestro sitio distinto, hecho de sensaciones singulares.

Hay alguna “calva” en esa hectárea, como en todos lados. Que levante la mano a quien no le clarea alguna vergüenza. Pero aún no ha amanecido el día en el que tengamos que sonrojarnos de los mangoneos con los poderosos para adulterar nuestras competiciones. Este terruño es para hundir las manos entre la hierba. Aquí no caben palancas. En esta pequeña porción de Catalunya no practicamos la simonía del deporte.

Desde tiempos antiguos, cuando una comunidad se focaliza sobre un espacio con carisma, siguiendo el designio de los augures y agrimensores, establece un diálogo que contiene el sedimento de sus anhelos y pasiones. El nuestro es un pedazo de tierra para no caminar solo, mientras reconocemos las huellas de los que vinieron antes. Suficiente para trazar el número mágico mientras hacemos vibrar el subsuelo de la Barcelona “de río a río”. Refugio de infortunios y asilo de disidentes, aquí resistimos a la manada mediática y depredadora. Es el espacio de nuestra primera piedra y de nuestro último aliento, donde ejercemos la soberanía de decidir si morimos por nuestra gente, con las botas puestas. Esto nos da una superioridad, aun en la derrota, que otros no entienden.

Acérquese lo suficiente a este espacio y notará una especial electricidad en el ambiente. Un fenómeno inexplicable que dura más de un siglo, para desgracia de los que anhelan nuestra desaparición. Casi una hectárea que es un no-lugar, una porción de suelo sagrado, donde un puñado de irreverentes han plantado su trinchera. Vayan viniendo, de uno en uno.


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